Antes de despedirnos de Praga, fuimos a ver de cerca la torre de telecomunicaciones que me había llamado la atención de lejos. Y de cerca era todavía más graciosa, con bebes de grandes cabezas escalando. Fue la última imagen de Praga antes de ir a la estación principal, que tras un rato descubrimos que no era a la que habíamos llegado el primer día.
A pesar de que los carteles estaban en alemán, los funcionarios no tenían ni idea de alemán. Habían querido olvidar el tiempo de dominación germana...
Casi volvemos a perder nuestro tren. Pero esta vez por culpa del idioma. Cogimos un tren nocturno hacia Cracovia, nuestro último destino de nuestro viaje. Como no quisimos pagar demasiado, no tuvimos coche-cama, pero nos metimos en uno de los reservados en que se dividían los vagones baratos, esperando que nadie entrara y así tener un asiento de varias plazas para cada una. Con suerte conseguríamos dormir a pesar de las incomodidades. Aún así, sabíamos que en algún lugar del recorrido, un policía pasaría para revisión de documentos. Entonces estaríamos en Polonia.
Conmigo los policías nunca tenían problemas cuando entendían lo que significaba "España" en mi DNI. Pero Or con pasaporte chileno les causaba más dudas, hasta que encontraban el visado de estudiante de Alemania. Pero, a veces, ésto les causaba más sorpresa: ¿chilena o alemana?
Llegamos a Cracovia casi a las 6 de las mañana y nos dio la bienvenida con algo de niebla, que, por suerte, se desvaneció más tarde.
Tras orientarnos y alejarnos de los que nos ofrecian hoteles, decidimos buscar nuestro albergue. Éste era el que más barato nos había resultado de todo nuestro viaje. Polonia debía ser bastante barata.
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