Marzo empezó con una gran nevada. Y así siguieron los siguientes días. Por lo que decían, no es típico que nieve tanto en Aachen. Esta ciudad es conocida como Regenloch (algo así como agujero de lluvia). Pero a mí la nieve me gustaba más. Por eso, cogí mi cámara y recorrí toda la ciudad.
En unos de mi paseos descubrí la Langerturm, una torre medieval, de la antigua muralla. Sabía que existía, pero no la había visto de cerca. Se trataba de una residencia universitaria. Tiene tan sólo unas siete habitaciones y sólo cuenta con calefacción en las habitaciones. El baño está en el sótano, por lo que los residentes tienen que bajar por las frías escaleras para ir al baño. Debe ser como vivir en la Edad Media, en el Aachen de Carlomagno.
Marzo fue un mes libre. Yo no tenía ni exámenes ni clase. Así que era un posible mes de viajes, a pesar del clima. La nieve embellecía todo, sí, pero dificultaba el disfrute total del viaje.
Con unas italianas y con la española italianizada (aprendió italiano y no alemán gracias a su novio) nos fuimos un domingo a un pequeño pueblito en las cercanías de Aachen, Monschau. Pueblo pequeño con mucho encanto (y nieve) en el Eifel (cadena montañosa en las cercanías).
Lo que más recuerdo del pueblo es los baños de nieve que nos dimos. No me imagino el pueblo sin nieve. A pesar de todo, el pueblo me encantó.
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